EL LAGO DE LOS PUMAS DE PIEDRA

(Adaptación de Leyenda del Titicaca-inca)
Los hombres vivían colmados de riqueza y tranquilidad en aquella edad primera. No conocían del odio la esencia y terribles ramificaciones.
Una sola condición había exigido los Apus-espíritus de las montañas-para que los hombres gozaran de aquel paraíso y esa era que jamás escalaran por la piel de las montañas donde ardían las llamas del Fuego Sagrado.
El diablo, henchido de tinieblas y negruras, no podía resistir el aburrido espectáculo de los hombres en paz. Se retorcía en sus aposentos de truenos y tinieblas, no conciliaba el sueño y su mayor deseo era vencer a los Apus. Así fue que comenzó a urdir la trama del nefasto plan. Se reía de los humanos dando grandes carcajadas que removían nubes y estrellas; les trataba de cobardes que no tenían el valor suficiente para escalar una simple montaña. Los hombres comenzaban a descubrir el vano orgullo, sin saber que de aquel modo, romperían las murallas que les fortalecían el corazón confeccionado para amar, respetar, honrar tal cual lo establecieran las Leyes Divinas.
El diablo jugaba con las humanas marionetas, tirando los piolines, llevándolos a su antojo...
Fue guiándolos desde los pies rumbo a la cima de la montaña.
Hasta allá iban los hombres, oyendo el crepitar el Fuego Sagrado.
Una temprana aurora comenzó a derramar perlas rosas sobre los cansados seres que iban tras las calientes huellas de la helada montaña.
Escalaban los hombres. Los Apus les miraban. Incrédulos.
¡Qué osados los seres de carne y hueso! ¡Qué fácil les moldeaba el mal y carcomía sus vísceras!
¿Es que no saben los soberbios que mala señal es desobedecer los mandatos de los dioses?
Los espíritus de la montaña se enojaron. Soplaron con bocas enormes y levantaron ligeras ventiscas de marmoladas hebras, luego, con fúnebre voz llamaron a los pumas que vivían en las cavernas.
Los hombres temblaron, conocieron el miedo; intentaban huir mas las bestias corrían tan veloces como los rayos del día a los estanques llegaba.
Le rogaron a aquel que a tan difícil empresa les convocara, pero el diablo estaba sordo a causa de las risas que le provocaba el triste espectáculo. Se divertía ante el dolor humano. ¡Cuánto reía!
Los pumas iban devorando a los hombres, sus corazones, sus nervios, su alma...
Inti, el Sol, observaba con honda pena el tenebroso escenario, amaba a los seres humanos. El dios bueno no puedo evitar llorar y de los párpados turquesas escaparon miles y miles de húmedas gotas y, mientras Inti lloraba, un hombre y una mujer lograban agazaparse en los matorrales. Cortaban juncos y construían una barca.
A los cuarenta días de iniciado el llanto de Inti el valle se inundó, entonces, el hombre y la mujer subieron en la barca y navegaron sobre e llanto del dios.
Hasta que una diáfana mañana observaron que el sol nuevamente sacudía el amarillo traje bordado en lentejuelas doradas, y comprendieron que estaban en medio de un lago de lágrimas.

Sobre el agua, animales petrificados asomaban sus cabezas eternizando un momento de lucha, eran los pumas que habían devorado a los hombres que yacían en la superficie, helados. Convertidos en piedra inerte. Por ello, el hombre y la mujer, llegados a tierra, dieron otra mirada al lago y de mutuo acuerdo, convinieron en llamarle el Lago de los Pumas de Piedra.

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